sábado, 16 de julio de 2016

Petrel gigante, el vigía antártico de la contaminación química

Petrel gigante, el vigía antártico de la contaminación química


Nuestro estila de vida deja una rastro químico que llega hasta la Antártida / Ilustración cortesía de Olga de Dios


¿Te has paseado alguna vez por la Antártida? Es más que probable que tu respuesta sea ‘no.’ Sin embargo, a pesar de ser la región del planeta más remota y ajena a nuestras frenéticas vidas, la Antártida también refleja la ‘huella química’ que dejamos. Es más, justamente por sus características, el continente helado es como un ‘lienzo en blanco’ para el estudio de la acumulación de los contaminantes químicos capaces de llegar hasta allí.

Con todo tipo de aplicaciones que sustentan nuestro estilo de vida (industriales, agrícolas, alimentarias, farmacéuticas, etc.), la variedad y el volumen de productos químicos utilizados por el ser humano no ha parado de crecer en las últimas décadas. A pesar de su gran utilidad, lamentablemente se ha subestimado el gran potencial de algunos de ellos para convertirse en peligrosos contaminantes.

Ejemplo de ellos son los Contaminantes Orgánicos Persistentes (COP), compuestos caracterizados por una gran persistencia en el medio, una alta toxicidad y por la capacidad de bio-acumularse en los organismos a lo largo de su vida. Además, pueden viajar por el aire y el agua y pasar de un medio al otro. De este modo, los mecanismos de circulación global atmosférico y oceánico los dispersan por todo el planeta.




La mayoría de los COP son sustancias que fueron sintetizadas para ser utilizadas en la agricultura, como el pesticida DDT, o por sus aplicaciones industriales o en productos de consumo. Este es el caso de algunos retardantes de llama como los PBDEs (por sus siglas en inglés), usados para prevenir que ardan, por ejemplo, elementos comunes de mobiliario y electrodomésticos o dispositivos electrónicos como los teléfonos móviles.




Afortunadamente disponemos de un convenio internacional efectivo para proteger el medio ambiente y al ser humano de estos contaminantes. El Convenio de Estocolmo, ratificado por España en 2004 –potencias como EEUU e Italia están aún pendientes de su ratificación–, se encarga de la regulación de las sustancias que identifica como COP. Se puede considerar, por ejemplo, que la utilización de la mayoría de los PBDEs cesó a escala global a partir de 2009, tras su inclusión en el Convenio. Además, la investigación sobre la contaminación química permite identificar nuevos contaminantes susceptibles de ser regulados, dotando al Convenio de una constante vitalidad.




En esta dirección, investigadores del laboratorio de Química Ambiental del Instituto de Química Orgánica del CSIC, en colaboración con la Universidad de Barcelona y el Instituto Percy FitzPatrick de Sudáfrica, han realizado un estudio que desvela nuevas claves sobre el gran potencial de la fauna antártica para mostrarnos el alcance de nuestra huella química.


Petrel sobrevolando el Atlántico / Liam Quinn

Para el puesto de bio-indicador o ‘vigilante antártico’ los investigadores seleccionaron al petrel gigante, ya que se trata de un imponente depredador que se alimenta de una alta proporción de carroña, básicamente pingüinos y focas, y de otras presas que captura en mar abierto. Estas aves presentan una amplia distribución en el hemisferio Sur y cubren distancias que pueden superar los 1.000 km para conseguir comida. Situados en lo alto de la cadena trófica, los petreles gigantes integran los COP presentes en las cadenas tróficas antárticas y de una amplísima área del hemisferio Sur.



Petrel gigante /Agencia CTyS

Así, tras determinar los niveles de distintos COP presentes en la sangre de unos 50 petreles gigantes de diversas colonias situadas entre los 62º y los 40º sur, los investigadores han comprobado que alejarse de la Antártida es sinónimo de estar más expuesto a estos contaminantes.

En general, los niveles de COP en petreles son más bajos que los encontrados en el hemisferio Norte. Los resultados sugieren que la Antártida sigue estando entre las regiones más prístinas del planeta. Sin embargo, algunos COP muestran síntomas de estar acumulándose en la región polar, lo que se explica por el fenómeno de ‘la condensación fría’, un proceso por el cual debido a las bajas temperaturas los contaminantes quedan atrapados en los polos.

También se han encontrado evidencias de que retardantes de llama aún no regulados, como algunos PBDEs todavía en uso o el Declorano Plus, pueden igualmente presentar una distribución global y son por tanto posibles candidatos a COP.



Este estudio refuerza la teoría de que el transporte a larga distancia de los COP desde sus principales fuentes de producción y uso, las zonas más industrializadas del planeta, es la principal vía de entrada de estos contaminantes en la Antártida. Ahora que sabemos lo lejos que puede llegar nuestra huella química, tenemos la responsabilidad de tratar de frenarla en la medida de nuestras posibilidades.



Variaciones en la presencia de Contaminantes Orgánicos Persistentes en plasma de petreles gigantes de distintas colonias de la región Antártica / Ilustración cortesía de Olga de Dios.

Un consumo responsable puede contribuir a minimizar la presencia de contaminantes químicos en el medio. Esto implica alejarse del consumismo descontrolado, centrarse en explotar el total de la vida útil de los productos antes de reemplazarlos, realizar una gestión adecuada de nuestros residuos, e incrementar en la medida de lo posible el consumo de productos ecológicos, con menor contenido de sustancias químicas y más sostenibles.



Fuentes
Roscales, J. L. (12-julio-2016), Petrel gigante, el vigía antártico de la contaminación química, Ciencia para llevar CSIC, disponible en http://blogs.20minutos.es/ciencia-para-llevar-csic/2016/07/12/petrel-gigante-el-vigia-antartico-de-la-contaminacion-quimica/

Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (España), Contaminantes Orgánicos Persistentes: COP, disponible en http://www.magrama.gob.es/es/calidad-y-evaluacion-ambiental/temas/productos-quimicos/contaminantes-organicos-persistentes-cop/

Eljarrat, E. (9-marzo-2015), ¿Fuego o contaminación? Un dilema en la prevención de incendios, Ciencia para llevar CSIC, disponible en http://blogs.20minutos.es/ciencia-para-llevar-csic/2015/03/09/fuego-o-contaminacion-un-dilema-en-la-prevencion-de-incendios/

Arata de Bellabarba, G. (2011), “Contaminantes orgánicos persistentes (cops): Qué son y cómo afectan el medio ambiente y la salud”, Revista Venezolana de Endocrinología y Metabolismo, versión impresa ISSN 1690-3110

lunes, 11 de julio de 2016

FITORREMEDIACIÓN Utilizan plantas autóctonas para tratar aguas contaminadas







FITORREMEDIACIÓN
Utilizan plantas autóctonas para tratar aguas contaminadas

Con el objetivo de remover residuos peligrosos de efluentes de curtiembres, profesionales del Centro INTI-Cueros están estudiando las propiedades de una especie vegetal nativa llamada Canna ascendens. Los primeros resultados indicaron que en el ambiente de crecimiento de la planta la presencia de cromo se redujo más del 85%.


Los estudios de laboratorio arrojaron que la mayor velocidad de desaparición de cromo se produjo durante los primeros días del tratamiento
La fitorremediación es una metodología que se utiliza para remover contaminantes que afectan al ambiente, a partir de plantas que logran incorporar sustancias peligrosas. La utilización de esta herramienta a nivel internacional ha venido creciendo gracias a su efectividad y bajo costo de implementación respecto a los sistemas convencionales.

En este camino, profesionales del Centro de Cueros del INTI están estudiando la planta autóctona Canna ascendens con el objetivo de evaluar la factibilidad de utilizarla para el tratamiento de efluentes de la industria del cuero —principalmente cromo—. Se eligió esta especie vegetal por ser nativa de la provincia de Buenos Aires, robusta, de fácil crecimiento en zonas linderas a espejos de agua, y por pertenecer a un género que posee buena tolerancia a los metales pesados.

Canna ascendens. A, aspecto general de las plantas. B, detalle de las inflorescencias. C, detalle de las flores.
Más información  en el siguiente PDF
"Los resultados indican que luego de dos semanas de tratamiento se logró reducir la concentración de cromo entre un 85 y 95%", destaca Alejandro Markán, director del Centro. Para el estudio se realizó un cultivo hidropónico de ejemplares de la planta en estado vegetativo–cada uno con una medida entre 10 y 15 cm de altura– y se les incorporó a la solución nutritiva cromo trivalente, en la forma de un producto comercial utilizado habitualmente en curtiembre.

Las soluciones de contacto fueron periódicamente analizadas por Espectroscopía de Absorción Atómica (EAA), para evaluar su contenido de cromo residual. Se realizaron muestreos destructivos, uno a la mitad del período de estudio y otro al final.

Las plantas fueron cosechadas y separadas en sus partes aérea y raíz. Estas se secaron en estufa a 60º C y se dirigieron por vía húmeda (con ácidos nítrico y sulfúrico). Luego se analizó el extracto obtenido por EAA. Los resultaron mostraron que la mayor concentración de cromo se encontraba en la raíz (tanto absorbido como adsorbido) y que la desaparición del metal se produjo principalmente durante los primeros 11 días.

Los investigadores continúan avanzando en nuevos ensayos para determinar la cantidad máxima de cromo que esta especie vegetal es capaz de captar en contacto con otros efluentes de curtiembre (ricos en sales inorgánicas y compuestos orgánicos). "La implementación de esta tecnología será un aporte clave para promover el desarrollo de la industria curtidora dentro del marco del uso racional de los recursos naturales y la preservación del ambiente", concluye Markán.

FUENTE: 
INTI Comunicación - Valeria Montenegro (11-06-2016), "Utilizan plantas autóctonas para tratar aguas contaminadas". Disponible en https://inti.gob.ar/noticiero/2016/noticiero506.htm 

viernes, 8 de julio de 2016

Estudian la plataforma continental argentina - Sorpresa en el fondo del mar

Estudian la plataforma continental argentina 

Sorpresa en el fondo del mar

Por primera vez comprueban que en el fondo del mar hay corrientes intensas, un hecho inesperado y no previsto por los modelos vigentes en el Atlántico Sudoeste. Este hallazgo es uno de los tantos que surgen de las exploraciones de un equipo científico de Argentina y Francia.

El equipo completo que llevó adelante la campaña.
Diez días intensos a bordo del Buque Puerto Deseado. El objetivo fue cumplido: completar la instalación del equipamiento para sondear el Mar Austral. Ahora a lo largo de 600 kilómetros, a la altura de Puerto Camarones en Chubut, ocho boyas registran a diario las corrientes, la salinidad, temperatura, presión, entre otros parámetros, para saber qué pasa en el majestuoso Atlántico Sur. Ya hay datos, algunos de ellos sorprendentes. “Por primera vez obtuvimos registros de corrientes de un año de duración en esta región. La intensidad de las corrientes en el fondo es mayor a la que se esperaba, se obtuvieron valores de hasta 44 centímetros por segundo en profundidades de 1000 metros. Los modelos hasta ahora asumían que la velocidad del fondo es casi nula. Nosotros comprobamos que no”, señala desde la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA Martín Saraceno, director del proyecto Cassis/Malvinas, una iniciativa del Instituto Franco-Argentino UMI-IFAECI, el Servicio de Hidrografía Naval (SHN) y el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP). 

Hace años, Saraceno y su equipo vienen preparando numerosas campañas para auscultar esa masa gigantesca de agua que cada año aumenta en promedio tres milímetros de altura. En realidad, los aparatos registran en el terreno -o mejor dicho en el mar- diferentes mediciones para cotejarlas con las alcanzadas desde los satélites. “Los fondeos se colocan en la línea por donde pasa el satélite para poder comparar los datos que se obtienen en el mar con los que indica el satélite”, explica el investigador del CONICET.

Maniobra de instalación de uno de los equipos de medición
Uno de los domos en el que se instalan los equipos que luego son fondeados
El trabajo es minucioso y con no pocas dificultades propias de las condiciones donde se realizan las observaciones. En 2014, en el marco del mismo proyecto, ya habían tendido los fondeos en la plataforma continental y en el talud a la altura de la ciudad de Mar del Plata. En la plataforma continental la profundidad no es mayor a 200 metros, mientras que en el talud aumenta rápidamente hasta alcanzar la llanura abisal de la cuenca Argentina, donde la profundidad es de entre cinco y seis mil metros. Durante un año dejaron a los instrumentos hacer su trabajo y los recuperaron a fines de noviembre de 2015, cuando los volvieron a poner en condiciones para llevarlos más al sur, a la zona ubicada en Chubut, donde hoy se encuentran.

Conjunto de boyas y equipos que se instalan durante la campaña.
“Fue mucho esfuerzo para lograr que las cosas estén como están. Hay dos objetivos principales: un aspecto más técnico de validación de datos de altimetría de la plataforma continental; y otro, que busca establecer la relación entre la corriente de Malvinas y las corrientes en la plataforma”, describe el experto, quien trabaja de forma estrecha con el grupo de investigadores y becarios que son parte del proyecto. Ellos son: Alberto Piola, Alejandro Bianchi, Elbio Palma, Raúl Guerrero, Ramiro Ferrari y Guillermina Paniagua, de Argentina; y por Francia, Christine Provost, Nathalie Sennechael y Camila Artana.

En la reciente campaña de mayo de 2016 además de cumplimentar el lanzamiento de los fondeos al mar, que “tiene cada uno mil detalles que se deben cumplir para que funcione correctamente”; también tomaron mediciones desde el barco cada siete kilómetros recorridos de un trayecto prefijado de 600 kilómetros de extensión.

Mientras, los científicos estudian la información relevada recientemente y buscan una boya a la deriva que fue chocada por un barco; ellos se muestran esperanzados en los hallazgos. “Es la primera vez que tenemos series largas de información sobre las corrientes a lo largo de un año. Y son completas en varios puntos en la plataforma patagónica. Esto no se había conseguido antes”, destaca Saraceno.

Domos en la profundidad

Casi con obsesiva perfección, los investigadores en cada campaña logran poner a punto el instrumental que monitorea las aguas. En ocasiones, un tema menor como conseguir la pila adecuada para su funcionamiento, puede convertirse en una verdadera traba que hay que sortear. Finalmente, tras surfear los múltiples inconvenientes, llega el momento de lanzar al mar los domos, esas estructuras que permiten montar el aparataje científico para ser fondeado en el sitio preestablecido.

“En cada punto de esos domos –describe- se cuenta con equipos que miden la intensidad y velocidad de las corrientes, que varían a lo largo del año, y son afectadas por las mareas, los vientos, y los distintos gradientes de la densidad generados por múltiples fenómenos”. Luego, todo este equipamiento -ahora ubicado a la altura de Camarones- será recuperado, en 2017.

“Para monitorear el cambio climático en la región es necesario contar con series temporales largas. Gracias a las obtenidas in situ podremos validar las mediciones satelitales en la plataforma continental. Esto permitirá utilizar en la región los datos satelitales de altura del mar que se vienen recogiendo desde hace casi 24 años”, puntualiza.

Finalmente, Saraceno destaca la relevancia de las mediciones obtenidas en el talud, donde fluye la corriente de Malvinas. “Más del 90% del exceso de calor atrapado por los gases de efecto invernadero se ha almacenado en los océanos, tal como se destaca en el último reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés). Las mediciones en corrientes como la de Malvinas nos permiten monitorear el intercambio de calor entre distintas latitudes. Obtener esa información -para después cargarla de modo más precisa en los modelos- permitirá mejorar el pronóstico climático finalmente”, concluye Saraceno.

Fuente
Draghi, C (7-julio- 2016): Estudian la plataforma continental argentina - Sorpresa en el fondo del mar, Nexciencia.exactas.uba.ar, disponible en 

miércoles, 6 de julio de 2016

Investigadores argentinos producen electricidad a partir de bacterias

Investigadores argentinos producen electricidad a partir de bacterias


El proyecto estuvo a cargo de investigadores de distintas universidades y centros de investigación. La técnica empleada permitió desarrollar una batería que se ensayó en la Antártida y funcionó más de 7 mil horas de forma ininterrumpida.






La producción de electricidad a gran escala en la Argentina es uno de los tantos procesos industriales que genera un impacto negativo en el medio ambiente. En la actualidad, para hacer funcionar una turbina que mantenga una ciudad iluminada las 24hs del día, se requiere de la combustión de grandes cantidades de combustibles fósiles no renovables como el gas natural, el petróleo y el carbón.

Al mismo tiempo, existen también distintas alternativas para evitar la destrucción y contaminación del ecosistema, como la energía solar, hídrica y eólica, cuyas fuentes inagotables son el Sol, el agua y el viento. En esa línea, un estudio realizado recientemente por investigadores argentinos demostró que la utilización de microorganismos en su ambiente natural puede permitir la producción de energía limpia y no contaminante.

El proyecto es el resultado de un trabajo interdisciplinario del Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas para la Defensa (CITEDEF) y la Armada Argentina, cuyos investigadores provienen de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de San Martín (UNSAM). Su objetivo fue demostrar la posibilidad de obtener energía eléctrica a partir del cultivo de bacterias del género Clostridium, en un entorno cerrado y en permanente observación para la producción de hidrógeno. En este caso, la materia prima utilizada fue la sacarosa (azúcar común).

“Usamos una comunidad natural que proviene de aguas cloacales de una corbeta de la Armada Argentina que está en la base de Mar del Plata. Al ser una comunidad, contiene varias especies, entre ellas, las que producen hidrógeno”, detalló a la Agencia CTyS-UNLaM la bióloga Verónica Martínez. Y agregó: “En esa corveta, al haber tantas especies de bacterias, le hacemos un pre-tratamiento con calor para eliminar a la mayoría de las especies que no producen hidrógeno y las que lo consumen; y, aunque no todas mueren, varias especies pueden convivir en el mismo medio”.
Después de la selección, las bacterias son alojadas en un entorno propicio (fermentador) con abundante fuente de carbono, como la sacarosa. Los microorganismos, al consumir el azúcar, liberan al medio hidrógeno que, luego es almacenado a través de un tubo diseñado estratégicamente para su recolección. Una vez que se obtiene el gas, se inyecta en una celda, también llamada pila a combustible hidrógeno, que en contacto con el oxígeno, produce electricidad.

“Esa energía que se genera puede hacer funcionar cualquier aparato de consumo eléctrico”, adelantó Martínez. “Si uno quiere hacer funcionar una radio, puede conectar una pila de combustible chica, si uno quiere conectar una notebook, tendrá que colocar una pila más grande. La pila más grande consumirá más hidrógeno pero, si uno mantiene el flujo de hidrógeno, la pila funciona. El funcionamiento dependerá de la cantidad de gas. Mientras se le provea hidrógeno, la pila de H2 funcionará continuamente, es decir, no se agota como una pila común”, explicó.

De esta manera, surge una nueva alternativa con el medio ambiente para la producción de energía eléctrica. Según Martínez, trabajando a mayor escala, se puede utilizar este tipo de baterías para sostener las necesidades de una familia. “Es viable pensar en baterías de hidrógeno para inyectarlas en la red eléctrica de las casas porque son pilas que pueden utilizarse en continuo dependiendo de su uso, mientras exista un flujo de hidrógeno”, aclaró.

Escala industrial

El proyecto surgió en la Armada Argentina, en el año 2008, pero cobró fuerza cuando el grupo de investigación se mudó a los laboratorios del CITEDEF. Allí, comenzaron a desarrollar los procesos que, en fermentación, se llaman “continuo” o “discontinuo”. En el primer caso, se pueden mantener las bacterias vivas en condiciones óptimas para que se reproduzcan. En el segundo, se pueden sembrar las bacterias en el medio y esperar a que metabolicen. Cuando el medio deja de ser óptimo, el trabajo queda terminado. 

Este proceso de fermentación de bacterias y generación de hidrógeno es un proceso ecológico porque proviene de la biomasa (caña de azúcar), un recurso abundante en la Argentina. “Las bacterias que cultivamos crecen naturalmente y eso lo hace sustentable y de composición limpia porque se pueden encontrar en compost o en material de degradación orgánica, como deshechos de frutas y alimentos”, detalló Martínez.

“El trabajo que queremos hacer ahora es obtener un proceso continuo en cinco litros y más adelante, a escala industrial, un proceso continuo de 200 litros”, contó la experta. Y concluyó: “En el laboratorio, la pila más grande tiene 100 Watt, pero la idea es seguir desarrollando mayores potencias y tamaños, quizás para autos eléctricos con baterías que se llaman ‘portables’ porque son más pequeñas y livianas”

Los primeros resultados satisfactorios se encuentran en la Antártida. Más precisamente en la Base Esperanza, donde se probó la viabilidad del proyecto con un electrolizador y se logró hacer funcionar una batería por más 7 mil horas ininterrumpidamente. 






Fuente:

Guillermo Meliseo (12-abril-2016), Investigadores argentinos producen electricidad a partir de bacterias , Agencia CTyS-UNLaM, disponible en http://www.ctys.com.ar/index.php?idPage=20&idArticulo=3249&seccion=5&categoria=19

Alicia Andechaga (12-julio-2013), Trabajo científico en Base Esperanza - Energías Alternativas, [video], disponible en https://www.youtube.com/watch?v=nONfkaaNF3g&feature=youtu.be

martes, 5 de julio de 2016

Pequeñas criaturas del océano


Pequeñas criaturas del océano


Los pequeños organismos que conforman el zooplancton marino resultan fundamentales para sostener la cadena alimentaria que involucra a los peces de mar abierto. El calentamiento global y la disminución de los hielos polares han modificado su cantidad y distribución. El estudio de su diversidad y abundancia es de gran importancia para comprender su papel en el ecosistema marino.


Tunicado planctónico (salpa) del Mar Argentino.
Foto: Exactas Comunicación

El calentamiento global está teniendo efectos innegables en el clima y en la vida silvestre. Los cambios climáticos se observan más rápidamente en las regiones polares y su ecosistema. En los últimos 50 años, se registró un aumento de 2,5°C en la Península Antártica. Seguramente por eso, durante los inviernos, la máxima extensión de hielo polar disminuye año tras año. 

La relación entre el hielo y el agua marina influye en las corriente oceánicas, las que bombean oxígeno y agua rica en nutrientes a miles de kilómetros de distancia en ambos hemisferios, fertilizando las aguas superficiales.

Como una más de las múltiples consecuencias atribuibles a los cambios ambientales ocurridos por efecto del calentamiento global, los investigadores han notado con preocupación que se ha modificado la composición zooplanctónica de regiones como la Antártida.

“Hemos advertido en los animales planctónicos antárticos que la abundancia de algunos grupos de organismos gelatinosos como las salpas se ha incrementado en los últimos años en detrimento de otros organismos como el krill. Esto es debido probablemente a la disminución del hielo marino y a la competencia por el alimento”, dice Graciela Esnal, directora senior del Laboratorio de Zooplancton Marino del Departamento de Biodiversidad y Biología Experimental. “Esto preocupa porque afecta a todos aquellos animales que dependen del krill para su subsistencia”, agrega.

Este grupo de investigación trabaja sobre ecología marina, en particular, en el Atlántico sur y en el Océano Antártico. Los grupos de animales que estudian son planctónicos, es decir que flotan libremente en la masa de agua; entre ellos se encuentran los copépodos, quetognatos y tunicados como las apendicularias, salpas y doliólidos.

Los copépodos son crustáceos muy pequeños, muchas veces microscópicos, que se encuentran abundantemente tanto en agua dulce como salada. Se conocen unas 12.000 especies diferentes. “Son tan abundantes en el mar que cualquier muestra de plancton contiene siempre ejemplares de este grupo”, explica Esnal. Los quetognatos se asemejan a gusanos marinos y constituyen otro de los componentes principales del plancton en todo el planeta. Suelen ser transparentes y pueden medir hasta doce centímetros. Los tunicados, por su parte, son organismos llamados así porque la pared de su cuerpo segrega una túnica constituida por una sustancia celulósica llamada tunicina. Entre los tunicados se encuentran las apendicularias, las salpas y los doliólidos. Las apendicularias son pequeñas y solitarias. Filtran a través de una cápsula compleja que secretan, llamada comúnmente “casita”. Las salpas son organismos gelatinosos de mayor tamaño, también filtradores, que contribuyen significativamente al consumo y a la transferencia de materia orgánica en el ambiente. Pueden vivir de manera solitaria o formando colonias temporarias. Los doliólidos son pequeños, normalmente con forma de “tonel” y tienen musculatura en bandas en la pared del cuerpo.

El conocimiento sobre la diversidad, abundancia y ciclos estacionales del zooplancton -acota Fabiana Capitanio, codirectora del grupo de investigación- es de gran importancia porque su disponibilidad es considerada uno de los principales factores que afectan el crecimiento de especies de peces pelágicos (de mar abierto) y tiene consecuencias significativas sobre el desove y la cría de los mismos. Por ejemplo, actualmente estudiamos las fracciones de diferentes tamaños del zooplancton que habitan el Banco Burdwood-Área Marina Protegida Namuncurá, a 150 km de la Isla de los Estados (Tierra del Fuego) y evaluamos su rol en la regulación de las tramas tróficas y el impacto sobre la dieta de las larvas de la sardina fueguina”, completa.

Para realizar su trabajo, los integrantes del equipo recurren a diversos procedimientos. “Los animales se obtienen mediante pesca con redes de plancton que se operan desde buques oceanográficos o manualmente desde botes”, relata Esnal. “Las muestras se toman periódicamente para hacer un seguimiento de las poblaciones en el tiempo y en el espacio. Luego de ser capturados, los organismos se llevan al laboratorio para su identificación. Algunos se mantienen vivos para realizar experiencias sobre su fisiología y otros se fijan para estudios morfológicos y taxonómicos”, sostiene la investigadora y agrega que “los datos obtenidos se relacionan con los factores ambientales, como temperatura, salinidad, cobertura de hielo, masas de agua, clorofila, presencia de otros organismos e interacción con los mismos”. El objetivo final de estas líneas de investigación será estudiar la diversidad biológica y los procesos dinámicos que condicionan la distribución, abundancia, reproducción, transferencia trófica, ciclos estacionales y relaciones con las masas de agua de estos grupos de zoopláncteres.



Fuente:
Olivella Patricia (16-06-2016), Pequeñas criaturas del océano, Nexciencia.exactas.uba.ar, disponible en http://nexciencia.exactas.uba.ar/laboratorio-zooplacton-marino-graciela-esnal-ecosistema-antartida-cambio-climatico-calentamiento-global


Para saber más invito a leer :
Cambio Climático y Ecosistema antártico: Pequeños "enlatadores" marinos