jueves, 20 de febrero de 2014

Un cronista cautivo en el continente sin tiempo

Un  cronista cautivo en el  continente sin  tiempo 
Lunes 17 de Febrero de 2014

UN CRONISTA CAUTIVO EN EL CONTINENTE SIN TIEMPO

El editor de Anfibia, Federico Bianchini, viajó al sexto continente para registrar el trabajo diario de biólogos, geólogos y otros científicos. Sin poder volver, reportea en un presente antártico inconmensurablemente quieto: entre pingüinos, elefantes marinos, nieve y tormentas de viento, el tiempo parece no pasar.
Llegué a la Antártida el jueves 6. Corresponsal de Anfibia, vine a hacer notas sobre la Ciencia en el continente blanco. Además del grabador, traje un cuaderno donde anoté sensaciones sin mucha importancia y que seguramente pueden ser discutidas (como verdades, no como sensaciones: doy fe que lo fueron).   

En la Antártida el tiempo no pasa. Transcurre distinto, como el agua de la profundidad de un lago que se mueve aunque no sigue una pendiente sino que circula cerrada en un espacio íntimo. En algún momento alguien dice: ¿hoy qué día es? Y otro responde lunes. O dice miércoles. O catorce o creo que diecisiete, y varios se dan cuenta (a veces lo dicen y otras callan reflexivos) que hace un rato, no podrían precisar cuándo, perdieron la noción del tiempo.
La Antártida es presente salvo cuando se aproxima un vuelo, una partida o una llegada. Llegar, salir del continente, es más difícil de lo que uno podría suponer (en caso de que suponga algo medidamente razonable y no se deje llevar por exageraciones infundadas). El Hércules, avión militar con capacidad para 64 paracaidistas equipados, parte de la base aérea de la Fuerza Aérea en Palomar (Buenos Aires) y aterriza, con sus hélices de paso variable, en Río Gallegos (Santa Cruz). Allí, primera parada logística, se esperan las “ventanas climáticas” para poder volver a despegar hacia la base Marambio o a la pista de la base chilena Frei, desde donde salen los barcos que lo acercan a uno a las bases argentinas. Este cronista viajó junto a dos geólogos y dos biólogos en un bote Zodiac (MK4) hasta El Suboficial Castillo que nos trasladó, impetuoso, hacia la base Doctor Alejandro Carlini, en la Caleta Potter, Isla 25 de Mayo, Shetland del Sur.
La Antártida es presente porque el trabajo, sobre todo, depende del clima. Y cuando uno ve en la caleta, olas con bordes blancos (las llaman “corderitos”) puede estar seguro de que el viento supera los veinte nudos (unos treinta y seis kilómetros por hora) y de que lo mejor es postergar lo que haya que hacer. O si llueve, o nieva, o si la presión empieza a bajar acelerada, indicio de que la furia del viento es inexorable. Aunque los científicos aclaran, la postergación de los trabajos depende también de cómo sean los días venideros: si hoy llueve, hace frío y hay un poco de viento (no mucho) y el clima indica que mañana va a ser peor, quizás también se salga.
En cada uno de los edificios de la base Carlini, hay un teléfono y una breve guía telefónica de la base (para llamar al laboratorio CO2 hay que marcar el 32, para comunicarse con la cocina el 35, laboratorio Dallmann: 37 y así). Al lado de cada guía hay un Calendario Antártico Argentino, con fotos y efemérides antárticas (uno puede enterarse, por ejemplo, que un día como hoy pero de 1965 se fundó la base Brown, en puerto Paraíso, en la costa Danco, en 1965). Aquí, pocos saben que estos calendarios existen.
Nadie los revisa porque las reuniones o discusiones laborales se pueden tener en cualquier momento, en el comedor durante el desayuno o el almuerzo o la cena, o en las piezas (con dos o tres camas) o en los laboratorios, donde los científicos pasan la mayor parte del tiempo (con excepción de los días que van a tomar muestras o a observar animales).
Y porque un día con “buen clima” en la Antártida dista mucho de un día con “buen clima” en cualquier ciudad. Aquí, un día de lluvia y dos o tres grados bajo cero pero sin viento, podría considerarse un gran día para trabajar.



La Antártida es presente. Esta tarde se programa el censo de mamíferos para mañana, los equipos, los radios, todos los elementos, pero si a la noche el clima sorprende al pronóstico, habrá que quedarse en la base haciendo trabajo de laboratorio, o mirando una película, o tratando de pensar en la forma que pasa el tiempo: que como el movimiento del agua en el fondo del lago dista de ser algo simple.
Cuando se aproxima un vuelo, una partida o una llegada, la idea sobre cuándo se va a viajar se propaga, se discute, se analiza y se detiene hasta que haya nuevas novedades (Habrá quien quiera objetar la expresión “nuevas novedades”, pero si la novedad se desconoce, aunque sea vieja, califica como novedad: desde este punto de vista, ubicado a 62 grados 14 minutos de latitud sur y 58 grados 40 minutos longitud oeste, no sería una redundancia la combinación entre el adjetivo “nuevas” y el sustantivo “novedades”: puede ser por el frío).
Antes de viajar, uno lo sabe, se le advierte. A diferencia de la aviación comercial (donde hay una fecha y un horario de partida que suele incumplirse), los vuelos dependen de muchos factores. Cuando viene a la Antártida no piensa uno “viajo el dos de febrero” sino que se imagina que entre fines de enero y principios del mes siguiente, alguien lo llamará y le dirá: mañana salimos. Lo imprevisible como parte de la experiencia.
Las nuevas novedades, entonces, suelen llegar durante el desayuno (a partir de las 7.30 en el comedor principal). Alguien toca la campana. El tañido precede al silencio. El encargado de base da el parte climático (ayer hizo seis grados bajo cero de sensación térmica), y el jefe de base comenta lo que sucederá con la logística, si se presume que el viento tratará de obstruir el desplazamiento del Hércules, la navegación de El Suboficial Castillo o de algún otro barco. Las condiciones meteorológicas deben coincidir con la disponibilidad del avión con nombre de héroe griego que a veces transporta militares a misiones humanitarias. La espera en Río Gallegos varía entre uno y tres días, aunque en 2011 hubo un grupo que pasó veintitrés. Si el avión está: el viaje sólo depende del clima. En esta parte de la Tierra, la inclemencia del viento (que suele llegar del este o del sudoeste) suele ser feroz.
El viernes, alrededor de las 20.15, durante una especie de tormenta de nieve, un biólogo salía del alojamiento nuevo por la puerta que da al Norte: iba hacia el edificio principal, donde está la cocina y se sirve la cena. Tuvo que volver, el viento lo desplazaba hacia la izquierda (su destino estaba a la derecha) y bajo sus pies el hielo resistía resbaladizo. Debió intentar por otro de los accesos, el que da hacia el Este. Finalmente, pudo lograr su objetivo. Sentado en la punta de una de las mesas, olvidado el traspié, ya más tranquilo, disfrutó una porción de carne y arroz con calabaza.
Tiempo antártico presente, el viaje de Carlini a la base Frei pensado para el sábado 15 de enero se había adelantado al jueves 13. El Suboficial Castillo, que trasladaría a los científicos y a este cronista hasta Frei, llegó a la Caleta Potter: el clima no era bueno, el Hércules no podría aterrizar en la base chilena. Durante varios días, desde la ventana del comedor de la base, se vio el barco, gris sólido sobre blanco glacial turquesa, soportando impertérrito la lluvia de viento. Las hipótesis sobre cuándo se haría el viaje se propagaron, se discutieron, se analizaron y se detuvieron de golpe cuando se supo que el avión debía asistir a otra misión. El barco debió irse, el viaje postergarse. Hubo preocupación: un biólogo pensó que iba a perder el trabajo. En la oficina le habían dicho que, a más tardar, volviera el lunes 17. Finalmente, parece, sus jefes entendieron la situación, aceptaron las circunstancias. ¿Cuándo será la partida? Dicen que lo más probable es que un enorme helicóptero con capacidad para 30 personas busque a los viajantes y nos traslade a Marambio: allí aterrizaría el Hércules para llevarnos al continente. Dicen que podría ser el jueves. Y también dicen que no hay que prestarle atención a ese dicen que dicen. Dicen que hay que esperar que la campana suene y la versión oficial se sepa. Eso sucede: la paciencia está contemplada. Los científicos aprovechan para tomar nuevas muestras. El cronista, para escribir.
Más allá de la fecha y de las variables climáticas, cuando en la Antártida se acerca un viaje hay algo seguro: por las dudas, los bolsos tienen que estar listos.

Fotos: Federico Bianchini
Revista digital de la
Universidad Nacional de San Martín

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